EL mundo de los muñecos, títeres y juguetes en general, constituyen para el niño verdaderos tesoros de imaginación; a través de estos objetos puede viajar por una burbuja de magia y fantasía, pero a la vez puede recrear una realidad que desea modificar.

En mi corta experiencia del juego con los niños a través de los títeres pude reconocer cómo funciona el proceso de representación simbólica. Cuando el niño confecciona su juguete, derrocha creatividad depositando sus cinco sentidos en una actividad que le proporciona placer, el cual se convierte en una actividad integral cuando representa a través de ese elemento una realidad vivida o inventada.


Es gracioso descubrir la capacidad egocéntrica del niño, sobre todo en la manipulación del títere. Dar vida a un muñeco ante los ojos del niño, es cosa seria; a pesar de que ante sus ojos el titiritero lo hace hablar y moverse, el niño siente temor de que esa transformación es propia del muñeco. En las actividades desarrolladas en mi salón de clase, escuchaba con tierna sorpresa cómo los niños insistían en saber quién maniobraba al títere.

Ellos afirmaban que era yo quien lo movía, pero para cerciorarse, de rato en rato preguntaban -señorita, Usted está moviendo al títere verdad?-.