Paseo por el cerro

Las relaciones simbólicas que las imágenes mantienen con un pueblo muchas veces son fruto de la razón cultural de una estigmatización religiosa. Los monumentos naturales como los cerros, a lo largo de la historia peruana han tenido, y tienen aún, una significación integradora sobre lo humano y su medio ambiente.

Los que hemos convivido, desde nuestra infancia con el cerro, estamos inconcientemente forzados a pensar en la diferencia física que nos otorga observar la vida desde la cima hacia la sima, desde la sima hacia la cima y por qué no, desde la cima hacia la altura mayor y desde la sima hacia el abismo inferior.
En mi experiencia, corta, con los niños y niñas, pude conocer que toda esta suposición tenía cierta validez. Observé que se afirmaba un conocimiento personal, a partir de la posición de la identidad en el entorno geográfico y social.
Los niños y niñas que viven en el cerro lo experimentan la afirmación de su identidad, pero no se han dado las condiciones para que lo reconozcan y lo expresen con libertad artística, más aún cuando el subir al cerro puede estimular sus múltiples inteligencias y sus creatividades.

Subiendo al cerro, en el cansancio, calor, sed, miedo y otras necesidades los niños descubren que adoran atravezar situaciones críticas, de riesgo y aventura, pues ésto reafirma su valentía y la osadía que pueden tener para subir el cerro, caminar, jugar, socializar, pelear, en sí, conducirse por la vida.

Subiendo el cerro, noté que los niños y niñas deseaban sentirse seguros y a la vez inseguros, porque frente a cada dificultad del camino, algunos se engreían y otros querían que los engrieran. La experiencia me ayudó a trabajar un poco de la confianza, autonomía e iniciativa, que Erikson plantea, para el desarrollo físico y social del niño.

Sentir miedo, ejercitar su resistencia, probar su equilibrio, demostrar su fuerza y velocidad, observar su barrio desde lo alto, ayudar al otro, tener sed y cansancio, reflexionar y expresar sobre la existencia del cerro y de los propios hombres, crear poemas, contar chistes, mimetizarse con el cerro, depender de una roca para avanzar, depender de una mano para levantarse, significa aprender a vivir.

A simple vista la pintura es llamativa y en el fondo es también una fuente histórica importante para conocer cuáles eran los juegos que practicaban nuestros ancestros europeos; este cuadro me motiva estimular a niñ@s, jóvenes y adultos dibujar nuestros juegos, aquellos que puedan tener influencia de todo tipo, pero que por todas las cosas sean juegos realizados por peruan@s y en nuestro propio contexto social.

De pronto me viene la aberrante y triste idea, de que en un cuadro de juegos de nuestros tiempos, se dibujen juegos estáticos, pasivos, violentos o puramente cibernéticos. No estoy en oposición al avance de la tecnología en los juegos, pero me opongo y me resisto que los juegos de nuestros tiempo tengan que ser más intelectuales que físicos y sociales. El desequilibrio en el desarrollo biopsicosocial de una persona, sólo le proporciona deficiencias, enfermedades, stress, depresiones, soledad, etc.

Por eso, que viva el Juego con nuestros padres-madres, herman@s, vecin@s, compañer@s de trabajo, con nosotr@s mism@s

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Cita de Constantino Carvallo en La Vocación del Maestro:

" La satisfacción del maestro tendría que provenir del reconocimiento que él hace de su especial función. Del goce de crear respuestas humanas y del valor moral que poseen. No puede provenir de la consideración social o de las recompensas económicas porque es una profesión poco valorada, a menudo incluso por los padres, y mal pagada. Y no habrá forma de obtener satisfacción y mantener el entusiasmo en la tarea si el vínculo que nos une con el niño y con la profesión no está teñido por el amor. Un amor extraño, el eros pedagógico, fundado en la sublimación, en la ausencia de posesión, en la separación constante y en la necesidad de recoger en el alma del otro, en el espejo del alma ajena, los resultados de nuestra noble acción. Un amor al futuro y a la promesa que significa el presente con toda su perplejidad. Al crecimiento, a la mejora constante. Hace falta una vocación, una inclinación natural, no fingida, a amar al niño, a tolerarlo y comprenderlo. A ser paciente con él. Una necesidad de reflejarnos, de recogernos, generosos y buenos, en el breve recuerdo del niño que ya pronto nos olvidará."