Antes de empezar en esta carrera tan delicada, consideraba el "juego de los niños" como un simple producto de ociosidad infantil; nunca imaginé la gran lección que recibiría de un grupo de niños de cinco años, la que cayó como una cachetada sobre la soberbia atrazada de una profesora que se creía sabelotodo.

Estuve a punto de formar parte de ese grupo de maestras castradoras de la libertad del ser humano; pero la sabia ayuda de quienes escriben y quienes estudiaron el desarrollo del niño desde su nacimiento, Piaget, Erikson, Freud, Gardner, fue el salvavidas que encontré cuando iba a ser arrastrada por la corriente del agua brava.

Sin embargo una de las principales fuentes de las que me remití para no repetir los errores que a veces los maestros ignorantes, egoistas y autoritarios suelen cometer, fue la fuente de mi historia infantil, aquella que me marcó para toda la vida; aquella de la que guardo los recuerdos más trágicos de mi vida.

Podemos leer mucho, y llenar nuestro ego con cartones y diplomas de conferencias y seminarios, pero si no logramos sensibilizarnos de verdad, o sea ponernos en los zapatos de los niños, será difícil que nuestra labor educadora pueda tener el menos éxito.

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