Cuando era pequeña jugaba con las muñequitas recortables, que eran unos figurines de papel, con dibujos para recortar. Uno podía coleccionar cientos de muñecas de papel, porque eran muy baratas, y atractivas a la vista. Este tipo de juguete era un buen aliciente para apaciguar el deseo de tener una barbie con pelo rubio e inundada del típico aroma de plástico de Matele. Tenía un cuaderno de cien hojas, y en cada página estaba el juego de una muñeca recortada, con ropa.


No me cabe la menor duda, que frente a la impotencia de no poder tener juegos de té, cocinitas, casitas, etc, acepté las muñecas recortables con cierta resignación y a la vez alegría porque frente a la incomprensión de padres que vieron en los juguetes, una pérdida de tiempo y de dinero, empecé a descubrir un universo de alternativas que de manera positiva complacieron mis intereses afectivos.

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